Hace unos días, mi hija de 11 años me contó que durante el recreo escuchó a una de sus maestras hablar sobre su grado. Lo que oyó la hizo sonreír y la llenó de orgullo, porque no siempre recibe buenos comentarios: suele escuchar quejas sobre lo ruidoso y revoltoso que es su curso. Esta vez, en cambio, fue distinto. Algo había cambiado… “Ahora su materia nos gusta más”, sentenció.
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