En la Grecia presocrática, Heráclito asumía que lo único permanente era el cambio. Esa visión de la realidad en perpetuo fluir se reedita hoy frente a una experiencia de aceleración tecnológica que coloca el devenir en el lugar de la regla. Como lo advierte Byung-Chul Han, la contingencia intensificada desestabiliza la vida: carecemos de un plano simbólico que fije ejes temporales estables. Si para Heráclito el cambio era la ley que sostenía el orden del cosmos, en nuestros días, la mutación sin puntos de anclaje amenaza con disolver cualquier tipo de certeza. El desafío reside, justamente, en la producción de marcos de sentido que vuelvan habitable el cambio.