Desde que Israel lanzó el jueves pasado un ataque contra Irán para "neutralizar" su programa nuclear, más de 200 civiles murieron y la cúpula militar de la República Islámica sufrió varios golpes críticos. Primero, fueron asesinados el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el jefe de la Guardia Revolucionaria iraní; luego se sumaron las muertes de líderes de la Fuerza Aeroespacial. Son bajas importantes, pero la pieza fundamental de la teocracia islámica iraní es el Ayatolá Alí Jameneí, líder supremo y espiritual del país, y, por eso, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu declaró a la prensa que su asesinato supondría el "fin del conflicto". Lejos de recibir una condena mundial por esta amenaza, su aliado y quizás el hombre más poderoso del mundo, el presidente de Estados Unidos Donald Trump, convalidó la idea y sólo aclaró que Washington no va a matarlo "al menos por ahora".