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Sobre la inteligencia artificial

18.07.2023

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Autor: Lucio Cappellini

4 minutos de lectura.

Es el primer día de Martina en su nuevo trabajo como cocinera de un restaurante del que hace tiempo deseaba ser parte. Por eso, el entusiasmo mientras prepara su primer pedido es total. Mezcla la harina con la manteca y el huevo, y una sonrisa se dibuja en su cara: tenía la consistencia perfecta. Hornea la base, mientras raya el coco. Luego, coloca el dulce de leche. “Está quedando perfecta”, piensa.

Le agrega azúcar, nueces. Arroja encima el coco ya rallado. La torta está firme pero húmeda, tal cual buscaba. Le da un nuevo golpe de horno, y la saca justo a tiempo. Martina está completamente satisfecha; es realmente la mejor torta de coco que alguna vez hizo. Llena de orgullo, le escribe al cliente que se la había encargado: “Está lista!!! Ya puede pasar a buscar el pedido!!!”. Después de enviar el mensaje, se toma un tiempo para contemplar su obra. Realmente lo vale; la torta es una maravilla. Repasa la receta, por pura formalidad. No se había olvidado absolutamente nada, aunque ya lo sabía. Y se ríe, sola y emocionada, mientras imagina las felicitaciones de su jefa, que pronto llegaría para ver su creación.

Lo que Martina aún no sabía era que, en su éxtasis, había leído mal el mensaje. Le habían encargado una tarta de choclo.

 

Lo majestuoso del avance tecnológico a nivel mundial es innegable. No existe persona en la tierra que no sea vea sorprendida por semejante innovación. O por el hecho de que sean cada día más las herramientas facilitadoras de las que dispone. La complejidad de los algoritmos y cómo ayudan a las empresas, la precisión de los sistemas de localización, las infinitas propiedades de los smartphones, por citar solo algunos ejemplos, son realmente motivo de gran admiración.

Y hace no tanto se sumó otro, completamente revolucionario. El nuevo aliado de quienes asisten al colegio: ChatGTP. Y puedo afirmar la solidez de ese vínculo porque lo he visto incluso en jóvenes de carreras universitarias, donde (se espera) existe un mayor grado de compromiso y responsabilidad para con sus tareas.

No cabe la menor duda de que en estos últimos meses se han batido los récords de velocidad para la realización de un trabajo práctico. Oí de chicos que han hecho tres en no más de un minuto. Les costó solamente escribirle tres diferentes consignas a su socio la IA. Si la velocidad y la eficiencia son lo que buscamos, chapeau por la inteligencia artificial, porque las ha alcanzado con creces.

Tal es el progreso científico y el auge de la IA, que he oído a otros muchos fantasear con la posibilidad de, algún día, tener un robot en su casa. Que les sirva de una suerte de ayudante, por no decir esclavo. Que pueda acercarles la cerveza y la picada ¡sin que deban levantarse del sillón! Es cierto que suena formidable. Y si la comodidad es el fin último, vamos por buen camino.

Indagué acerca de los principales beneficios de esta nueva herramienta y me encontré con algo que sospechaba, pero que no por ello dejó de llamarme la atención. En las distintas fuentes que consultaba, se repetían los mismos dos: la automatización de procesos y la precisión o “reducción de fallos”. Entonces comencé a pensar (y a googlear) sobre los distintos elementos que cuentan con IA y corroboré que absolutamente todos tenían esas dos características; verdaderamente impresionante. Pero no pude disipar un recurrente pensamiento…: “¿Por qué tanto empeño en lo automático… y en no fallar?”.

Que la inteligencia artificial cumple su cometido es por demás evidente. Lo que me cuesta reconocer es el momento en que la velocidad, la perfección, la automatización y la comodidad se tornaron lo más importante para el hombre. Fui educado creyendo que la solidaridad, el esfuerzo o la voluntad eran más importantes que cualquier otro aspecto. Y que equivocarse era bueno, aleccionador. ¿Mis padres me mintieron? ¿O era aquella una enseñanza arcaica?

Aunque sea existen en mí resabios de esas lecciones. Pero, las futuras generaciones, ¿alcanzarán a oírlas? ¿O se criarán bajo el mantra: “Si es más cómodo y fácil, mejor”? Porque lo que se observa en los chicos es un entusiasmo inédito por la posibilidad de no “perder más tiempo”. Como si los procesos, las búsquedas, los caminos sinuosos de la vida ahora fuesen solamente eso.

Si un adolescente no se sienta a hacer su tarea, ¿cómo aprenderá el valor de la propia sabiduría? Si un chico le pide a un robot que le acerque su comida, ¿cómo aprenderá lo gratificante de trabajar por el pan de sus hijos? Si lee en mayúsculas que las “no-fallas” son un beneficio, ¿como adquirirá la virtud de la resiliencia?

Insisto, si la practicidad, la eficiencia o la comodidad son lo que la humanidad persigue con ímpetu, ¡qué irreprochable lo que ha logrado! Pero me pregunto, desanimado, si es eso lo que la vida realmente quiere de nosotros.

Estamos cumpliendo a rajatabla la receta de cómo hacer del mundo uno más fácil y automático. Los avances que, a nivel global, se están dando demuestran que vamos en esa perfecta dirección.

Pero, ¿llegará alguna vez el día de nuestro eureka, en que descubramos cuánto hemos descuidado el cultivo del esfuerzo, la resiliencia, el pensamiento propio? ¿O seremos como Martina, que, eufórica por su logro, aún no se enteró de que no le habían pedido una torta de coco?

 

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