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Los algoritmos de la violencia en los casos de Joaquín y Cecilia

10.08.2023

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Autor: Damian Fernandez Pedemonte

En cuestión de casos estremecedores casi todos los medios son sensacionalistas por carencia de adecuados recursos narrativos. Los algoritmos contribuyen a crear olas asociando casos muy distintos entre sí, cada uno de los cuales resulta excepcional por lo inenarrable.

Las olas de violencia son una forma que tienen los medios de editar las noticias policiales. A continuación de la publicación de una notica sobre un crimen especialmente conmocionante de un tipo específico (por ejemplo, el asesinato de un niño o de una niña), aparecen más noticias de ese tipo de delito. Es como si por un lapso de tiempo los editores de las noticias policiales tuvieran una especial sensibilidad para detectar y cubrir delitos de un tipo, en detrimento de delitos de otro tipo, que también están ocurriendo.

Los medios comportan una rutina de producción de actualidad: las noticias policiales “rutinizan” lo excepcional del mundo del crimen. Esto lo hacen apelando a los mismos esquemas narrativos para así emplazar la notica, por disruptiva que aparezca, en un modelo relativamente familiar para los periodistas y los lectores.

Pero hay acontecimientos inexplicables, disonantes para el sentido común, inenarrables. Hace más de veinte años publiqué un libro dedicado a las noticias policiales: la violencia del relato. Por aquel entonces coordinaba, junto con mi amigo el escritor Carlos Battilana, un taller de escritura, lectura y crítica, titulado «Narrar lo inenarrable», que tenía por tema el cruce entre los relatos policiales, extraños y periodísticos.

Trabajábamos con textos, disparadores para la producción de nuevos textos, tan dispares como Cuaderno rojo de Paul Auster, la serie «El enigma de Twin Peaks» de David Lynch, o el prólogo a la curiosa antología policial Las fieras de Ricardo Piglia. El primero de los textos citados articula una serie de relatos basados en hechos reales cuyo común denominador está dado por el hecho de que en todos ellos lo que produce sorpresivos desenlaces es el azar. Por azar, justamente, me encontré por entonces con Piglia en la calle, le conté el contenido del taller y me sugirió la lectura del artículo «Estructura del suceso» de Roland Barthes. Efectivamente el crítico francés intuía allí muchas de las cuestiones que luego pude verificar en las investigaciones sobre casos violentos conmocionantes.

De acuerdo con Barthes si un asesinato político es información porque puede ser explicado a partir de un mundo ya conocido -el de la política- un «suceso», en cambio, es un acontecimiento inclasificable, una información «monstruosa», total, inmanente, que contiene en si todo su saber. Es una estructura cerrada, que no puede explicarse a partir de ninguna información externa. Siendo terrible, el crimen de Cecilia Strzyzowski puede interpretarse a la luz de la política. No es el caso del crimen de Joaquín Sperani, el niño de 14 años asesinado en la tranquila localidad de Laboulaye en Córdoba, supuestamente a manos de un amigo de 13 años.

Los periodistas televisivos denuncian, califican, recaen una y otra vez en los mismos pocos detalles que se conocen –que el victimario era amigo íntimo de la víctima, que lo mató asestándole diez golpes en el cráneo, que luego suministró pistas falsas- para escenificar cada vez mayor indignación. Los medios titulan con palabras como “horror” y hablan de la “excepcionalidad” del caso. Uno de ellos aventura que no hay en el historial de causas de crímenes en el país una similar: un homicidio de un menor a un menor en un contexto de relaciones de amistad. Y revelan la “inquietante hipótesis” que maneja la fiscalía: “que el victimario estaba enamorado de su víctima”.

El mayor misterio radica en la psicología del asesino. “Leandro es un psicópata, fue toda la vida amigo de Joaquín”, dicen sus padres. El hecho de haberlo conducido a una casa abandonada, en donde estaba el caño con el que lo golpeó, indicaría premeditación, la saña con que lo hizo, reflejaría el nivel de odio que lo motivaba. El niño es inimputable, pero si se detectaran problemas de salud mental podrían ordenar su internación, siempre que sea peligroso para sí mismo o para otros. De alguna manera, si tratase de un brote de ira debido a un trastorno psiquiátrico habría una posible explicación. El comportamiento anterior y posterior al crimen del niño auto-inculpado no parece corresponderse con una explosión momentánea de violencia. La madre insiste en ampliar las hipótesis y en estudiar la posibilidad de que hayan participado más personas en el asesinato. En ese caso también el hecho empezaría a explicarse por motivos sociales y aún políticos. (El debate descontextualizado e inexperto sobre la baja de la edad de imputabilidad también le aporta condimentos a la campaña electoral).

Hoy son los algoritmos de los medios digitales los que colocan la noticia del crimen de Joaquín en una serie. Lo hacen a través de secciones que lo asocian en la pantalla con otros crímenes de contextos diversos: “Seguir leyendo”, “Más sobre policiales”, “Podría interesarte”. Las notas que aparecen debajo de esos títulos de sección son seleccionadas por el algoritmo en función del interés que despertaron. Como en el caso de “Las más leídas”, los lectores definen las notas a las que el medio le dará más importancia y actualizará más seguido, del mismo modo que los datos del rating minuto a minuto definen el tiempo destinado a una nota con familiares, docentes o entrenadores de Joaquín en la TV.

“Brutal femicidio en Tucumán: un hombre de 28 años, mató a su novia de 15 y la tiró a un pozo». En cuestión de casos estremecedores casi todos los medios son sensacionalistas por carencia de adecuados recursos narrativos. Los algoritmos contribuyen a crear olas asociando casos muy distintos entre sí, cada uno de los cuales resulta excepcional por lo inenarrable. “Matar por odio y placer. El caso de los adolescentes de 14 y 17 años que quemaron a un chico y filmaron su agonía”, son algunos de los casos con los que queda asociado el de Laboulaye. A ello se agregan los comentarios en los portales de noticias: “Horror. A Joaquín (14) lo asesinó premeditadamente su mejor amigo, un pibe de 13. A Cecilia la asesinó e incineró su novio Sena de 19 años. A Nico Cernadas lo asesinaron torturándolo y quemándolo dos jóvenes de 14 y 17 años. Solo por nombrar a algunos…¿Qué nos pasa como sociedad?”.

 

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