El iconoclasta Jean Baudrillard lo diagnosticó con precisión quirúrgica: la realidad había sido suplantada por sus simulacros para dejar de ser ella misma, el territorio se había perdido y hasta naufragado bajo el mapa mientras que el mundo todo se disolvía en sus representaciones hasta volverse indistinguible de ellas: vivíamos entregados y sin resistencia alguna a la era de la simulación.