El Hilo Edición 46Hilo

Micro-invisibilizaciones cotidianas

15.05.2023

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Autor: María Marta Preziosa

Axel Honneth, en la segunda página de su artículo “Invisibility: On the Epistemology of Recognition” (2001), recuerda cómo los nobles tenían permitido desnudarse ante su servidumbre porque, en cierto modo, no la consideraban presente. Honneth elige la invisibilidad como metáfora precisa y estremecedora de la ausencia de reconocimiento.

En la Argentina, la falta de meritocracia inflige día a dia una herida en ese deseo, el deseo de reconocimiento. Y es, quizás, por el dolor que produce, que este brevísimo intento de despolitizar su debate ya se advierte ingrato. No obstante, la posibilidad de desideologizar la discusión sobre la meritocracia está dada en el pensamiento honnethiano: la falta de reconocimiento es una experiencia para la que solo bastan dos personas o una persona y una institución.

El ámbito de trabajo es una de esas esferas de la acción social en las que pueden experimentarse diferentes invisibilizaciones. A diferencia del espacio familiar o político, en lo laboral se entrelazan y confunden la valoración de la persona y la de su tarea. Desde este punto de vista, cuando alguien -en una empresa, una oficina pública o cualquier otra institución- sentencia “aquí no hay meritocracia” lo que está señalando es alguna forma de subestimación de la tarea y de la persona, de ambas a la vez. Algunos objetos usuales sobre los que se cierne este tipo de subestimación son: la complejidad que comporta dicha tarea, el esfuerzo que requiere, la inversión que necesita, el tiempo que insume, las dificultades que presenta, el conocimiento experto que presupone, la responsabilidad que conlleva.

Aquí se propone caracterizar estas acciones cotidianas como “micro-invisibilizaciones” por dos motivos. El primero es que son propias de las decisiones individuales y afectan a otros en el entorno de una organización. El segundo es que se realizan en lo cotidiano de un modo ligero, imperceptible, sutil o banal. Sobreabundan los ejemplos de estas acciones expresivas -o performativas- del no-reconocimiento y muy pocos caben aquí: lo esencial se precariza y lo accesorio aumenta sus recursos; las decisiones importantes se toman a partir de rumores y las banalidades se tratan cara a cara; lo bien hecho se da por sentado y el humo de lo imposible ocupa espacio; se sobre-explica como si nadie entendiera nada y se sub-explica como si todos estuviesen al tanto de todo.

Ahora bien, si estas acciones constituyesen solamente el menosprecio de la persona, se podría objetar que un adulto debería poder desarrollar cierta resiliencia frente a ellas. En cambio, si persistentemente conforman la subestimación de la tarea, se elevan a la categoría de patología organizacional. Las ubicuas micro-invisibilizaciones cotidianas enferman tanto lo individual como lo colectivo. En la persona, afectan su identidad y estima laboral y social. En lo organizacional, el aprendizaje conjunto gira de modo vicioso y siempre, siempre hay que volver a empezar.

El pensamiento de Honneth -que se hace amable a través de los textos de la filósofa uruguaya Ana C. Fascioli- nos provee de una solución ética para lograr objetivos sociales comunes: preocuparnos activamente de que el otro pueda desarrollar las cualidades “que nos son extrañas”. Es decir, que cada uno de nosotros no solo no invisibilice a quien hace algo distinto o lo hace mejor sino que, restringiendo el egocentrismo, activamente se lo permita.

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