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Por Verónica Toller*

La esclavitud tiene rostros bien marcados en nuestro país. Un rostro cada vez más femenino y más pobre. Y el rostro de migrantes latinoamericanos.

Todavía sorprende escuchar a quienes interpretan que hablar de “esclavos” es una forma metafórica de decir “abuso” o “explotación laboral”. La ignorancia vencible (basta con googlear) así como el desconocimiento por ingenuidad o por falta de medios de información accesibles, son causales de nuevas víctimas y herramientas bien utilizadas por los esclavistas modernos. Por eso, sirve compartir y visibilizar el tema en todo el mundo en días como el de hoy.

En 2014, la ONU resolvió instituir el 30 de julio de cada año como el «Día Mundial Contra la Trata». Tomó este día para reconocer “la importancia del Plan de Acción Mundial de las Naciones Unidas para Combatir la Trata de Personas, aprobado por la Asamblea General en su resolución 64/293, de 30 de julio de 2010”.

Este 2018, el tema propuesto a nivel internacional es “Emigrar sin trata. Sí a la libertad, no a la esclavitud”. “Las organizaciones criminales, dedicadas a la trata de personas, usan de las rutas migratorias para esconder a sus víctimas entre los migrantes y los que buscan refugio”, advirtió la Comisión de Migrantes e Itinerantes de la Conferencia Episcopal Argentina.

Hay esclavitud: las víctimas son secuestradas, obligadas, amarradas psicológica o físicamente para impedir el escape (la gama incluye golpes, torturas, amenazas contra su vida o la de sus familias, cadenas, hambreo, provocar sed, incautación de celulares y documentos, cambios de identidad).

Hay sometimiento: porque deben realizar tareas o acciones que jamás hubieran acordado bajo otras condiciones (disponibilidad sexual para sus captores o para clientes; pornografía infantil; halconeo o control de otras víctimas como ellos; transporte clandestino de drogas como “mulas”; uso de menores en prostíbulos; trabajos en establecimientos agrarios o supermercados o talleres textiles o en hornos ladrilleros bajo amenaza; convertirse en sicarios para el jefe que los obliga).

Hay comercio de carne humana: podemos buscar términos que enmascaren. Pero no hay mejor forma de nombrar al tráfico de órganos, que también existe en nuestro país.

Hablamos de crimen organizado: delito complejo. La trata implica captación forzada, reclutamiento con engaños. Transporte clandestino. Recepción ilegal de víctimas. Protección por parte de funcionarios corruptos. Explotación. Hablamos de cataratas de seres humanos: se estiman 45 millones de víctimas en condiciones de esclavitud en el mundo; 215 millones sumando a todos los niños no solo prostituidos sino obligados a realizar tareas de riesgo. Por año, además, son traficadas 2 millones y medio de personas en 167 países.

Trata y tráfico de personas no son sinónimos, pero sí son socios. Traficar personas es transportarlas clandestinamente a cambio de un pago, de un país a otro, para introducirlas por fuera de las rutas oficiales. Trata de personas es esclavizarlas bajo muchas formas. Pero en alto número, traficantes y tratantes son socios o son la misma mafia. Cuando la persona que transportan llega a destino, es entregada a grupos que la someten, o bien, se le exige un nuevo y más alto pago. Los convierten así en “deudores” eternos, saldo que deberán pagar con su cuerpo, sus días, sus familias, su salud, sus esperanzas.

La trata de personas ligada al tráfico está en Argentina: en las fronteras donde se introduce a migrantes coreanos, japoneses, dominicanos a través del Río Uruguay, de noche y en lanchas silenciosas; está en la ruta nacional 14, por donde se introduce al país desde la triple frontera a mujeres chinas indocumentadas con destino a los prostíbulos porteños; está en el barrio de Flores en CABA, donde se estima que existen miles de talleres textiles clandestinos, cárcel de bolivianos y bolivianas, paraguayos, peruanos, en condiciones infrahumanas de falta de higiene, contagiados de tuberculosis (ver estudio UBA-CONICET 2012) por la debilidad física y la depresión que los gana, encadenados literalmente a las máquinas. Está en el matrimonio forzoso, en los niños destinados a turismo sexual y pornografía pedófila.

Y reportan ganancias. Hablamos del segundo negocio clandestino más redituable del planeta, detrás del narcotráfico y delante del tráfico de armas. Se estiman 150 mil millones de ganancias anuales en el mundo. ¿Cuánto reporta vender una persona? Depende del mercado, lugar, estado de la “mercadería”… Traficar una persona desde Villazón, en Bolivia, hasta Buenos Aires reporta 70 mil pesos al traficante. O 2500 dólares per cápita: es el precio de venta de niños y niñas en la frontera, según fiscales de la Justicia boliviana. Y luego… comprar y vender, comprar y vender, comprar y vender…, de un prostíbulo a otro, de un cliente a otro, hasta 40 por día, según denunció Alika Kinan, víctima en Ushuaia.

La trata y el tráfico no solo someten el cuerpo. La cárcel se queda adentro; se llama amenazas, violencia, convencer a la víctima de que no tiene retorno. Que de la trata no se vuelve. Que ha muerto su identidad, no la del DNI sino la más profunda, la conciencia de ser uno mismo y una misma. La trata es una “mortífaga” que fagocita nuestra definición misma de humanidad: “No sos nadie, no valés nada, no hay salida”.

Pero sí la hay.

En la medida en que cada uno de nosotros entienda que tiene/tenemos el compromiso de requerir a las autoridades el cumplimiento de las leyes anti-trata, la construcción de refugios de seguridad para las víctimas que se atrevan a denunciar; que tenemos el imperativo ético de hablar, de actuar, de poner a los migrantes, a las víctimas en nuestros temas de conversación. Y a los jóvenes, las niñas, niños, adolescentes, atentos con ojo avizor.

Porque como decía Sábato, “hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.

(*) Periodista especializada en trata y tráfico de personas, y Profesora de la Universidad Austral en derecho, Comunicación, Familia y Escuela de Gobierno.

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