Por Juan Pablo Cannata
Publicado en La Nación
«Ni una menos» es un fenómeno extraordinario: no puede ser motivo de orgullo, pero sí de esperanza. Visibilizar un problema subterráneo, como la violencia contra la mujer, que va desde el hiriente acoso callejero a los durísimos asesinatos cualificados por el género -femicidios-, es un servicio a las mujeres y con ellas a todos los demás.
Esta solidaridad universal para con las víctimas, los reclamos a las autoridades -que deben consolidarse en políticas públicas-, la profundización en el problema, en sus causas, consecuencias, modos de prevenir y denunciar, formas de ayudar y de generar una nueva cultura del respeto, configuran el germen de un cambio cultural.
«Ni una menos» es un proyecto comunitario. Tuvo iniciadoras, pero no dueños: es de todos. Esa unanimidad es muy poco frecuente en este mundo fragmentado. Entró en la historia en un tiempo de grietas y logró superarlas: no se dejó secuestrar por oposiciones y oficialismos. Allí estaban Aníbal junto con Mauricio; Cristina y Lilita; María Eugenia, Victoria, Margarita y Sergio. La Iglesia y Las Rojas; Lanata y Navarro; Clarín y Tiempo; C5N y Noticias, el periodismo y la academia; actores, actrices y activistas. Y mucha gente velando a sus víctimas y protegiendo a sus mujeres. Todos llorando a Candela, Lola, Daiana, Ángeles… y a quienes se encuentran representadas en ellas.
Esa unanimidad original le otorga una fuerza a prueba del tiempo. Los especialistas denominan bridging frames -marcos puente- a la capacidad para conectar intereses de grupo y conformar grandes iniciativas comunitarias. La principal fortaleza de «Ni una menos» es una fragilidad, y por eso hay que cuidarla. En esto no hay aportes pequeños: cada quien es protagonista de la unanimidad sinfónica que se expresa en diversos tonos, historias, principios y proyectos.
La historia comenzó difícil. En los días previos al 3 de junio de 2015, grupos feministas radicales repartieron folletos con reclamos: el punto 8 incluía el aborto explícitamente. En contraposición, sectores conservadores arriesgaron un pseudoboicot, de seguro poco significativo en número, pero clave en cualidad: ya no hubiéramos sido todos. Esa herida se habría vuelto insalvable. Finalmente, impulsados por la Iglesia que se sumó oficialmente a través de la Conferencia Episcopal y sintonizando la «cultura del encuentro» del Papa, superaron la fisura y participaron de la marcha aportando su propia identidad: «Ni una menos desde el vientre materno». Los grupos organizadores devolvieron la gentileza evitando incluir el aborto en el documento leído por Juan Minujín, Maitena y Érica Rivas. El primer escollo se superó y se creó algo distinto.
En la última marcha, como acostumbrándonos a lo extraordinario de esta movilización y descuidando su esencia de «todos contra el femicidio», un grupo radicalizado -de las que van a escupir en la cara de la gente y mostrar los pechos en grito de guerra- hizo destrozos en la Catedral. La nube de la duda volvió sobre quienes -católicos o no- vieron en esto una lucha ajena, impropia del «todos» que queremos ser. Una violencia estridente que se burlaba de aquel «el amor no es violento» de Jimena Aduriz, la mamá de Ángeles Rawson.
cuidar
«Ni una menos» es de todos. La cuidamos si sabemos ceder para unir, evitar la provocación para incluir, perseverar para persistir, denunciar para salvar, acompañar para sanar, educar para progresar. En esto nos jugamos la vida y la muerte.
Sobre el autor
Juan pablo Cannata es profesor de Sociología de la Comunicación en la Universidad Austral (Buenos Aires).
@JuanCannata
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