Por Sebastián Blasco
Psicólogo deportivo
Coordinador del Área Deportiva de la Universidad y profesor de la Facultad de Ciencias Biomédicas
Aparentemente hasta aquí hemos presentado una situación menor de juego. Sin embargo, en este escena nimia, puede radicar el origen de los veintitantos años sin copas.
Según un estudio de la London School of Economics, en las definiciones, el que comienza pateando en la tanda de penales cuenta con un 21% más de posibilidades de salir victorioso. La investigación refleja que el equipo que tira primero tiene un 60,5% de probabilidades de ganar el partido, mientras que su rival ganará, en promedio, el 39,5% de los encuentros. Seguramente la explicación de tal afirmación se encuentre relacionada a la influencia de la presión sobre el jugador, el correr siempre desde atrás y sentir el peso de la victoria-derrota en las espaldas.
A partir de este dato podemos dar cuenta de que la moneda también juega un papel importante en el partido. Por supuesto que cuando hablamos de alto rendimiento deportivo se intentan reducir todas las variables de la fortuna con trabajo, esmero y dedicación. Pero no todo depende de uno. Hay factores externos, fortuitos y no fortuitos, que nos exceden. Esto convierte al fútbol en un deporte tan apasionante. Su imprevisibilidad constante. El tener que dar respuestas a situaciones inimaginadas (perdón Bilardo, Simeone, Bielsa, pero su aparente locura radica en el hecho de creer que pueden controlarlo todo dentro de la cancha y, por suerte, no es así).
Contrariamente a lo sentenciado por la marca Adidas -imposible is nothing- todos poseemos limitaciones. Muchos lo intentan, pero no lo logran. Sólo hay un ganador. En última instancia es una expresión de voluntarismo, “si lo intentas lo logras”. ¿Y si lo intento y no lo logro? ¿Significa que no me esforcé lo suficiente? ¿Cómo será la frustración después de esto? ¿Acaso no hay dificultades o limitaciones objetivas? Si no encontramos respuestas a tales interrogantes, seguramente los que nos estamos equivocando seamos nosotros haciendo las preguntas equivocadas. El desafío entonces será hacer la pregunta correcta para cada interrogante que me plantea la vida y, a partir de allí, brindar la mejor versión posible de mí persona para afrontar ese momento.
Pero amigos, más allá de la tristeza y la angustia por no lograr el campeonato (sí, el fútbol despierta emociones profundas carentes de sentido lógico-racional) hoy les traigo buenas noticias: Messi es humano. Ni máquina, ni extraterrestre, ni siquiera un perro (recomiendo leer el texto de Hernán Casciari que habla sobre las virtudes de Lio). Messi es humano.
Cansado de ver y escuchar hablar sobre los dotes inverosímiles del 10 en el Barcelona, casi por un instante me convencieron que Messi no era de este planeta. Por un momento creí que sólo se remitía a ejecutar movimientos programados en un engranaje perfecto. Creí que no podía fallar, que era imbatible. Creí que no podía sonreir, ni llorar, ni siquiera disfrutar. Creí que no hablaba, ni sentía emoción alguna. Creí que todo le daba igual. Creí que él sólo podía con todo. Creí que era todo.
Pero luego apareció la Copa América Centenario. Apareció la foto de Messi en el banquillo de acusados en España testificando contra su padre. Y comencé a comprender que Messi estaba triste, enojado. Comenzó a crecer su tupida barba y junto con ella sus emociones. Salió a la luz el dicho de Maradona sobre su falta de carácter y personalidad y, de la misma forma, se iluminó su cara. Lo vi reir como nunca. Disfrutar con sus amigos.
Comencé a darme cuenta de que todo lo que me contaron no tenía que ver con él. Vi con mis propios ojos cómo jugó la final con soltura, entusiasmo y corazón. Vi como se equivocó y erró un penal decisivo. Lo vi irse sólo. Lo vi llorar con conjoga. Lo vi rendirse y renunciar.
Al igual que Romero se convirtió en héroe en la semifinal contra Holanda, en esta Copa América, a los ojos del mundo deportivo, Messi se convirtió en humano. Y eso es un triunfo.
Tal vez, Lionel, sentir que estos años sin cosechas no dependen de vos pueda darte el respiro que tanto necesitás. Saber que detrás de tus años de sacrificio y privaciones, de haber dado siempre lo mejor de vos mismo, ese tu mayor éxito personal. Ser la mejor versión de Messi posible. Ese es tu trofeo, tu medalla dorada.
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