El departamento de Vida Universitaria organizó una charla brindada por la Hermana María Guadalupe, religiosa del Verbo Encarnado. Ella vivió más de 15 años en Medio Oriente, pasando el último tiempo en Siria durante la guerra. Ante un auditorio repleto de alumnos y personal, contó su historia de vida y su visión de la guerra.
“Se me lleno el alma en un instante, y ese instante dura hasta hoy”, así describió el momento en el que descubrió su vocación. Nacida en San Juan, decidió, hace más de 20 años, entregar su vida a Dios en la congregación del Verbo Encarnado. Ella no sabía a donde quería que la destinaran, por lo cual, sin hacer ningún pedido especial, dejo que sus superiores decidieran. Así llego a Medio Oriente, totalmente entregada a la voluntad de Dios.
El primer tiempo estuvo en Belén, aprendiendo el idioma, y trabajando con la comunidad. Luego, se fue 12 años a Egipto, donde coordinó distintos proyectos. Esto le significaba muchos viajes y esfuerzo. Por eso, ya con su salud deteriorada, pidió ir a Siria.
En ese momento, los cristianos y los musulmanes eran amigos entre ellos. Incluso estando bajo una dictadura era uno de los países más prósperos de la zona. A nadie le faltaba nada. Nadie quería un cambio de gobierno. “Como sería lo bien que estaba esa gente, que jamás podía imaginarse la llegada de una guerra”, comentó la Hermana.
Hoy la realidad es otra. En guerra hace 4 años Siria no deja de sufrir bombardeos y ataques. Los primeros ataques de grupos extremistas extranjeros fueron en el sur del país, y desde ahí comenzaron a avanzar sobre el resto del territorio. Ella explica que el país nunca estuvo en guerra civil, la gente nunca se levantó contra el gobierno. Sus manifestaciones fueron para pedir que el gobierno se mantuviera.
“La guerra llego de un día para el otro”, dice María Guadalupe. Así fue que la desarrollada ciudad de Aleppo, terminó sitiada por más de un año. La luz y el agua llegaban cada 8 o 10 días. Los alimentos perecederos no existían, sobrevivían con lo que había en los mercados.
Invaden barrios y ciudades, dando dos horas para desalojar antes de que destruyan todo. “¿Qué son dos horas para ancianos, enfermos, o postrados? Ellos se quedan a esperar su muerte”, comenta la Hermana. Los ataques se desarrolla en plena ciudad, y los principales objetivos son los cristianos. Ellos son asesinados si no se convierten al Islam. Sin embargo, los musulmanes también pueden ser asesinados por haber traicionado su fe siendo amigos de cristianos.
La vida cotidiana transcurre entre bombas y tiroteos. Cada día los chicos se despiden de sus madres para ir al colegio sin saber si volverán a sus casas. Cruzan las calles corriendo, en grupos, tratando de evitar ser el objetivo de un francotirador. Se habla de lluvia de proyectiles: “¿dónde llueve hoy?”, es la pregunta que se hacen para saber por qué calles no circular. Porque cuando cae un proyectil, caerán otros cada 20 minutos. Los hospitales y médicos no dan abasto. Pero lo que más sorprende en medio de esa realidad, es la sonrisa de quienes la viven.
“Soy testigo de sonrisas verdaderas. Algo que no veo afuera de Siria”, afirma la Hermana Contó que antes los ciudadanos de Aleppo no sonreían como ahora, estaban preocupados por los bienes materiales, pero con la guerra se les ordeno la vida. “La fe las cambio la vida. Porque la fe bien vivida, le da sentido a toda nuestra vida”, dijo con una sonrisa.
Tras describir la situación invitó a quienes la escuchaban a reflexionar. “Como educadores y padres deben ocuparse de la vida física. Pero más que nada de la salud del alma”, destacó. A los alumnos también los hizo concientizarse sobre las oportunidades que tienen: “En Siria se va a rendir igual aunque te falte un brazo y hayas estudiado a la luz de las velas”. También destacó la importancia de hablar, de comunicar lo que sucede: “no hay que quedarse callado, es necesario levantar la voz”. Ya sobre el final de la charla agradeció las oraciones, y pidió más: “Ellos se confían en las oraciones de ustedes”.