Juan-Jose-Sanguineti

Ponencia presentada en la Semana de Investigación Interdisciplinar “Del yo a la persona”, en la Universidad Austral, Campus de Pilar (Buenos Aires, Argentina), el 9 de agosto de 2018.

Juan José Sanguineti
Università della Santa Croce

 

La neuroteología estudia las relaciones entre los conocimientos neurobiológicos y las creencias y prácticas religiosas (Ashbrook, Beauregard, D’Aquili, Newberg, Ramachandran). Naturalmente, el cerebro se activa cuando las personas están involucradas en actividades religiosas, como rezar o participar en un rito. ¿Qué conclusiones puedan sacarse de la observación de estas correlaciones? ¿Puede deducirse de estos estudios que la religión es un fenómeno natural en los seres humanos, o que tiene una base biológica, y permite esto juzgar sobre la autenticidad y verdad de los actos religiosos, o quizá dan pie para postular una explicación científica de la existencia de la religiosidad en la gente?

Esta problemática es antropológica y no es nueva. Fue considerada por la filosofía y la psicología de la religión. Como la creencia en Dios y las vivencias religiosas son fenómenos universales, cabe preguntarse por qué existen las religiones y si responden a la existencia de un Ser superior al que naturalmente nos vemos inclinados, o si creer en Dios es una invención que responde a cierta necesidad psicológica. La respuesta a estos interrogantes no es sencilla, y ante todo habría que definir a qué clase de Dios nos referimos y qué religiones entran en juego, teniendo en cuenta que las formas de vivir la religiosidad pueden ser muy distintas (fervor, fanatismo, piedad, mística, ritualismo, doctrinas, simbolismo, etc.).

La pregunta específica aquí es si las investigaciones neurocientíficas tienen algo que aportar a estos interrogantes. Más ampliamente, ¿es relevante la neurociencia para evaluar las actividades espirituales?

Conociendo la dualidad entre operaciones mentales y su base neural y las posiciones de la filosofía de la mente a este respecto, de entrada podemos decir que si suponemos que las tareas mentales son simplemente neurales, entonces la religión será sin más una función biológica compleja que tendrá que interpretarse según los criterios de la neurobiología (adaptación, homeostasis, supervivencia, etc.). Pero lo mismo vale para tantas otras actividades humanas altas, no biológicas, como la matemática, la política, el arte, las ciencias.

Esto es poco convincente. Un estudio biológico no permite decidir sobre problemas políticos, éticos, metafísicos, matemáticos, lo cual no significa que el cerebro no juegue ningún papel en quienes se dedican a esas actividades.

Al considerar las funciones cognitivas superiores, distingamos entre las operaciones y sus contenidos intencionales, por ejemplo, entre la formulación de una proposición y su valor de verdad. Ser capaces de pronunciar una frase con sentido requiere atención, dominio lingüístico, capacidad de relacionar ideas. Es una capacidad psicológica con un soporte cerebral localizado complejo, en el que muchas partes del cerebro deben estar activadas y trabajar coordinadas. De lo contrario, el pensamiento será confuso, lento, impreciso, desarticulado.

Pero si atendemos a los contenidos de los pensamientos y a sus valores de verdad, el conocimiento de la base cerebral no es relevante. Una lesión cerebral sólo hará que esos contenidos se difuminen, que no se pueda pensar bien, pero nada más. Ante una votación política, el funcionamiento normal del cerebro permitirá escoger al candidato según razones políticas, igual que, si uno hace matemáticas, sus razonamientos estarán guiados por criterios matemáticos. Pero si el cerebro del que hace matemática o vota no está en la plenitud de sus funciones, la persona se encontrará psicológicamente incapacitada para hacer matemáticas o para votar. La neurociencia no dice cómo votar bien o cómo hacer matemáticas. Trabajará bien en matemáticas el que estudie matemáticas.

Sin embargo, esto no quita que en algunos casos la neurobiología es útil para evaluar algunas actividades religiosas concretas –no sus objetos–, sólo que esto no es sencillo y no puede tomarse a la ligera.

Las investigaciones neuroteológicas buscan correlaciones entre los estados mentales religiosos y sus bases neurales. Tales correlaciones no son unívocas. Esas mismas áreas, que presiden desde la perspectiva neurobiológica fenómenos cognitivos y emotivos, pueden correlacionarse con estados de la conciencia estéticos, metafísicos, amorosos, etc., muy distintos. No existen regiones cerebrales específicas para tareas como la filosofía, la ciencia, la amistad. Además esas tareas pueden realizarse de muchos modos, con entusiasmo, con facilidad, en estado de fluidez, con un intenso ejercicio racional, o más bien emocional, etc.

Estas indicaciones nos hacen presentir la complejidad de los actos humanos, en los que siempre están en juego la actuación psíquica, sus bases neurales y sus objetos, que pueden ser reales o no (por ejemplo, un sueño o una realidad). De aquí resulta que una misma base neural puede ser materialmente responsable –con causalidad material– de actos psíquicos semejantes, pero a la vez dotados de diversos significados. Así, la ira puede producirse variadamente cuando percibimos –o creemos percibir– que nos han dañado con una acción injusta, o también a otras personas, con la posibilidad de que esta emoción nos sobrevenga por el recuerdo de un evento pasado, o también ante situaciones negativas debidas a la incompetencia de algunos, o bien que surja por motivos ideológicos que fomentan la indignación, o en mundos virtuales. En definitiva, un acto humano puede estar sustentado por una base neural fluida y variable, y a la vez ese acto puede presentar una multilateralidad de significados, donde entran también errores, ilusiones, patologías. Así, unos instantes de euforia o excitación pueden tener un contenido estético, religioso, científico, etc., y quizá pueden estar provocados por drogas.

Por eso, un sujeto inclinado a la polémica, o sensible a la belleza musical, quizá tendrá vivencias religiosas correspondientes a esos rasgos psicológicos, o podrá reaccionar más fácilmente con actos religiosos si tiene experiencias relacionadas con ese tipo de sensibilidad. Y esos actos surgirán normalmente acomodados a la religión particular en la que esa persona fue educada. Todo esto supone una plataforma y un dinamismo neural fluido y variado.

Una determinada experiencia espiritual, no sólo religiosa, puede ser inducida (no simplemente causada) por cierta situación cerebral favorable. Análogamente, para estar en forma y tener intuiciones creativas artísticas, científicas, etc., se necesita una predisposición cerebral. No hay inconveniente en reconocer que, por motivos genéticos y cerebrales, algunos puedan tener una mayor predisposición para vivir ciertos aspectos de la religiosidad, como pueden tener predisposiciones positivas o negativas para ejercer virtudes como la templanza o la fortaleza. Esto no significa trivialmente que el cerebro sea sin más la causa de las producciones artísticas, de la religión o de las virtudes humanas. La causalidad predispositiva es parcial y material.

La complejidad aludida con estas consideraciones no supone que no podamos evaluar la genuinidad de los actos religiosos en las personas. Pero una evaluación concreta requiere ir a los contextos más completos posibles, lo que es un criterio hermenéutico ordinario, por ejemplo para juzgar sobre la responsabilidad de una acción y su valor ético. Las bases neurales constituyen un tipo de causalidad predispositiva, condicionante, material, parcial, que a veces puede ser relevante y otras no, aunque esté siempre subyacente. Esto puede ser limitante o, por el contrario, habilitante. Y deberá decidirse estudiando los casos concretos.

Hay algunos ámbitos en los que el estudio de la condición neurobiológica podría ser relevante para valorar ciertas situaciones o experiencias religiosas. Uno puede ser el de las experiencias religiosas extraordinarias, que implican una situación especial de la conciencia. Otro es el de las patologías pseudo-religiosas que se mezclan con actitudes religiosas.

Los actos con contenido religioso, como rezar, adorar, participar en asambleas litúrgicas, sin embargo, suelen desarrollarse de modo ordinario, y así inciden en millones de personas. Esos actos no suponen experiencias místicas extraordinarias ni situaciones psíquicas extremas, ni en lo cognitivo ni en lo emotivo. A veces pueden incluir momentos emotivos especiales, dentro de lo normal de la vida corriente, por ejemplo las emociones que surgen al presenciar acontecimientos deportivos o al ver ciertas películas.

Los estudios neuroteológicos experimentales se centraron preferentemente en situaciones extraordinarias, “místicas” (palabra que puede significar muchas cosas). En cierto modo esto es natural, porque un escaneo cerebral puede indicar activaciones diferenciales, útiles para la investigación, en el caso de situaciones extraordinarias (no patológicas) de la conciencia (ciertas formas de meditación, o la euforia extática en determinadas manifestaciones religiosas).

Una aplicación concreta de los estudios neurobiológicos en la vida religiosa podría contribuir al discernimiento de la autenticidad de ciertas experiencias religiosas auténticas respecto de las falsas. Los estudiosos de la mística cristiana, por ejemplo en Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, estaban prevenidos ante visiones, apariciones, éxtasis, etc., suscitados por una subjetividad enfermiza. Basta leer sus escritos para percatarse de hasta qué punto no aceptaban fácilmente la verdad de estas manifestaciones. Ante ellas daban criterios contextuales para llegar a un dictamen sobre su atendibilidad. Por motivos análogos, la Iglesia no acepta visiones o experiencias místicas como criterio probatorio en las causas de santidad.

Sería útil que la neurociencia pudiera ayudar a descubrir, por ejemplo, si una persona que cree tener apariciones religiosas en realidad está sujeta a alucinaciones. Pero es menos confiable intentar explicar fenómenos religiosos extraordinarios de personas del pasado (Abraham, Moisés, Mahoma, San Pablo, Santa Teresa), juzgándolos tranquilamente como si fueran fruto de epilepsia o de una alteración de la conciencia. Un diagnóstico de este tipo, para ser serio científicamente, debería tener acceso al caso concreto, para valorarlo en su contexto completo.

En conclusión, la existencia de una inclinación religiosa natural, con sus variaciones, es obvia como fenómeno histórico y psicológico. Como toda tendencia humana, con sus aspectos cognitivos y afectivos, tiene una base cerebral, no detectable empíricamente porque no es una inclinación biológica. La explicación de esta tendencia es antropológica, no biológica. La religiosidad de las personas, sin embargo, puede estar modulada por el temperamento y los recursos cognitivos y emotivos de cada uno, lo que tiene una base cerebral predispositiva (causa material).

Los engaños y falseamientos, la creación de mitos, son fenómenos conocidos que pueden recibir a veces una explicación neurobiológica, sobre todo si entran en juego estados especiales de la conciencia, patológicos o no. Pero en muchos casos puedan deberse a motivos culturales, ideológicos e incluso políticos que modulan la inclinación religiosa del ser humano. Todo esto no prejuzga sobre la autenticidad del comportamiento religioso y sobre el valor de verdad de la relación con Dios. Los aportes de la neurociencia en estos campos pueden ser positivos, pero son parciales por los motivos mencionados en esta exposición.

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Juan José Sanguineti es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Navarra. Enseña Filosofía del Conocimiento en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma). Es autor de quince libros y de unos 90 artículos científicos sobre teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia, filosofía de la naturaleza, filosofía de la mente y de las neurociencias. Fue director del comité científico del proyecto STOQ III (Roma, 2007-2010, Universidad de la Santa Cruz, área de Neurociencia). Dicta regularmente cursos de doctorado y seminarios en diversas universidades de América Latina. Es miembro ordinario de la Academia Pontificia Romana de Santo Tomás y de la Sociedad Tomista Argentina. Forma parte del comité científico de la revista “Acta Philosophica” (Universidad de la Santa Cruz).