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¿Cómo sobrevivió Trump a sus declaraciones incendiarias? Por Juan Pablo Cannata

¿Cómo sobrevivió Trump a sus declaraciones incendiarias? Por Juan Pablo Cannata

Donald Trump presidente. Explosión de análisis y reflexiones. Gritos y llantos (memorables las lágrimas de Miley Cyrus en un video viral pidiendo que trate bien a la gente). Entre las muchas preguntas que surgen, me propongo abordar una: ¿Cómo logró Trump sobrevivir a sus declaraciones incendiarias?

La histórica campaña presidencial estadounidense que acaba de terminar ha vuelto a poner de manifiesto que si bien los hechos (facts) son importantes, es la procesadora mediática de palabras e interpretaciones lo que permite asignarles un sentido y una relevancia. Es una gran discusión sobre la idoneidad moral de los candidatos. Parecía que Trump estaba más allá de lo políticamente correcto, que la moral para él era un tema del pasado. Sin embargo, la realidad es que goza de buena salud: existen ciertos postulados de sentido común que se vuelven evidentes en la vida cotidiana y se refuerzan cuando una acción pública es ampliamente reprobada, lo que remarca la línea que divide el bien del mal, lo aceptado de lo rechazado.

El escándalo suscitado por la revelación de declaraciones misóginas de Donald Trump («Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerlo. Uno puede hacer lo que quiera») lo demostró una vez más al hacer tambalear su candidatura, como reeditando en versión internacional el caso de Gustavo Cordera («Algunas mujeres necesitan ser violadas para tener sexo»), vivido en Argentina en agosto pasado. Por su parte, la moralidad de Hilary Clinton fue puesta en duda por una cuestión de palabras: el uso de correos electrónicos personales para temas vinculados con la seguridad nacional. Denuncias y contradenuncias, negaciones, pedidos de perdón, apoyos y hasta insultos. Valores y palabras han sido el eje hasta el final de la contienda.

En estos tiempos de globalización cultural y voces multiplicadas en el escenario público a causa de las nuevas tecnologías —toda persona con celular es un medio de comunicación—, la conversación social sobre valores es una dimensión cada vez más importante en la gestión de los asuntos públicos. Los nuevos públicos se aglutinan para defender posiciones y reclamar derechos, lo que consolida agendas sensibles establecidas (como los derechos de la mujer) e impulsa agendas emergentes (por ejemplo, el bienestar de los animales).

Las agendas evolucionan y el contexto histórico hace que algunos temas se vuelvan más relevantes. La sociología denomina «escándalo» a la crisis que se produce cuando se transgrede públicamente un valor moral fundamental, una norma que es indicadora de la sociedad que somos o que queremos ser. Por eso, ante esa falta, se activa una explosión que comunica un mensaje sustantivo: esta transgresión convierte al culpable en una persona que hace daño a la comunidad, por lo tanto, es necesario expulsarla, transformarla en un otro (fue una «bestialidad», dijo Ingrid Beck sobre Cordera; «bribón», «cretino», «idiota», «payaso», fueron las palabras de Robert De Niro para Trump).

El reconocido intelectual francés René Girard señala que este tipo de crisis configura una situación social de todos contra uno y tiende a la violencia inestable. El mecanismo se activó rotundamente en el caso de Cordera —que nos sirve como punto de contraste—, en el que la brutalidad de la declaración inhabilitó la credibilidad de sus pedidos de perdón y de sus intentos de matizaciones o sus defensas públicas. Las sanciones llegaron en catarata y todos los agentes sociales expresaron su condena. Cordera recibió denuncias, cancelación de shows y de publicitación de su música, sanciones y críticas de todo tipo, e incluso amenazas. Quienes intentaron defenderlo perecieron con él.

El caso de Trump ha sido distinto. Aunque venía sorteando con justificaciones de machismo de vestuario o de juntada de amigotes las referencias misóginas de bajo nivel, finalmente traspasó un límite inaceptable para los principales referentes de su propio partido, y día a día se fue engrosando la lista de quienes le retiraron el apoyo. Incluso en el final George W. Bush difundió su voto en blanco. Sin embargo, Trump logró salir adelante: fue golpeado, tambaleó, pero se mantuvo de pie.

¿Cuál fue la clave para resistir la estampida de republicanos, las críticas durísimas, el repudio universal y las insistencias para que depusiera su candidatura? El punto central es que consiguió ponerle un freno al todos contra uno mediático y transformarlo en un muchos contra muchos. Si bien no hizo desaparecer el costo de reputación, el acusado sobrellevó el tsunami del escándalo. Para esto, planteó tres estrategias: pedir perdón con una retórica de conversión («Ya no soy esa persona, he cambiado»), conseguir apoyos de terceros (su esposa, sus seguidores, sus colegas políticos) y contraatacar (acusó a Hilary Clinton de encubrir abusos sexuales de su marido). Así pudo frenar el desbande y el derrumbe. En la sucesión de acusaciones posteriores, frente a varias mujeres que dieron la cara para denunciar abusos perpetrados por Trump, aplicó la misma estrategia: negación rotunda, desprestigio del acusador y contraataque. La campaña se equilibró cuando el FBI puso nuevamente sobre Clinton la acusación de violar la seguridad nacional por el uso de su correo electrónico personal para cuestiones oficiales.

Es significativo que los detonantes de estos procesos tan contundentes hayan sido unas declaraciones, unas palabras: en el caso de Cordera, proferidas en una práctica estudiantil y publicadas por primera vez en Facebook por uno de los futuros periodistas; en el de Trump, la filtración de una conversación privada e informal; en el de Clinton, unos correos electrónicos. Valores, discurso y tecnologías.

La clave del asunto es determinar si lo que uno dice define lo que uno es. Si las palabras nos definen, entonces las palabras inmorales, inapropiadas, censurables, nos convierten en personas inmorales, inapropiadas, censurables. Las declaraciones son fundamentales como mecanismo de posicionamiento público. Trump logró convencer a algunos de que esas palabras vulgares y agresivas no eran significativas para definirlo como líder y con eso evitó el linchamiento, aunque el desgaste fue inevitable. En cambio, Gustavo Cordera se quedó solo y fue, por lo tanto, unánimemente condenado. Hillary Clinton no consiguió nunca evadirse de esa sombra de corrupción que le impidió dar el paso final.

La gran conversación social se nutre de miles de intervenciones y los medios de comunicación funcionan como administradores de relevancia. Los políticos y las figuras públicas suenan más fuerte que los ciudadanos comunes —aunque estos están ahora empoderados por las redes sociales— y se juegan en cada intervención su posicionamiento, sus atributos personales, su identidad social. El escenario público es una arena donde se lucha por intereses y valores. Como en la antigua Grecia, en la vida pública del siglo XXI, el discurso es tan importante como la acción.

@JuanCannata

El autor es profesor de Gestión del Discurso Público en la Escuela de Posgrados de Comunicación de la Universidad Austral.

Publicado en Infobae.com el 11 de noviembre de 2016. Puede verse la nota original aquí

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