Suburo

Ponencia presentada en la Semana de Investigación Interdisciplinar “Del cerebro al yo”, en la Universidad Austral, Campus de Pilar (Buenos Aires, Argentina), del 31 de julio al 3 de agosto de 2017.

Ángela Suburo
Universidad Austral

 

La experiencia consciente, en nuestras circunstancias habituales de vida, siempre aparece atada a una perspectiva de primera persona, que incluye la consciencia de “sí mismo” o autoconsciencia. Esta perspectiva experimenta estados mentales, que se aplican a nosotros mismos con la fuerza y convicción de nuestra consciencia interna, soy yo, soy mí mismo, que soy la primera persona. Podemos observar y juzgar estados físicos de otros desde la perspectiva de la tercera persona, apoyados en la evidencia objetiva de sus manifestaciones externas (comportamiento motor y verbal), con la eventual ayuda de procedimientos que detectan diversos aspectos de la actividad neural. Aunque no la discutiremos aquí, también existe la perspectiva de la segunda persona, que se refiere a la relación entre los estados mentales de un yo y un tú.

El problema que queremos tratar aquí es como una perspectiva de primera persona, que es única y que no admite descripciones objetivas, puede ser analizada y comprendida mediante la ciencia natural empírica. Como corresponde a la dificultad del problema, son múltiples los intentos de resolverlo. El naturalismo, que hace de la ciencia el árbitro de la realidad y del conocimiento, encuentra difícil hacer lugar a la perspectiva de la primera persona. Más aun, asume que la única forma de estudiarla es desde la perspectiva de la tercera persona, con la objetividad del método científico.

Sin embargo, desde la perspectiva de la primera persona, no podemos desconocer que nuestra consciencia está centrada y direccionada hacia nuestro yo. Todo lo que ocurre dentro del foco de la consciencia es experimentado como un estado propio, al que me une un sentido de pertenencia previo al lenguaje y al pensamiento conceptual. En resumen, mi experiencia de primera persona no puede ser referida a objetos observables en el mundo. Esta distinción entre las perspectivas de la primera y de la tercera persona indica que el “sí mismo” no puede ser “naturalizado”. Entre otros motivos, porque no es observable, y porque las ciencias naturales pueden explicar cómo funciona, pero al parecer no podrían capturar sus contenidos. Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que esta imposibilidad de naturalizar la autoconsciencia no implica la existencia de algo diferente, no natural, mágico o sobrenatural. Es decir, la autoconsciencia tampoco puede ser explicada por un dualismo (1).

Aceptamos que nuestros estados mentales y nuestra consciencia dependen del cerebro. De hecho, su falla global constituye el criterio diagnóstico utilizado mayoritariamente para el diagnóstico de muerte (no se discute aquí si los criterios de falla cerebral global son siempre certeros). Este criterio diagnóstico está avalado por la evidencia que muestra que el funcionamiento integrado de un organismo humano como un todo depende del cerebro. Sin embargo, aún parece remota una demostración de cómo el cerebro determina determinados fenómenos subjetivos y no otros. El problema es que, al momento, la ciencia no puede explicar cómo las cualidades subjetivas esenciales de la perspectiva de primera persona se relacionan con los fenómenos que pueden ser descriptos objetivamente.

¿Qué dicen las neurociencias y las ciencias cognitivas sobre la autoconsciencia? En primer lugar, se reconoce que es un fenómeno complejo, que solo puede ser descripto en varios niveles. La autoconsciencia fundamental o básica, que genera un sentido de agencia personal y pertenencia sobre las acciones y representaciones sensoriales. La autoconsciencia extendida, que incluye el sí mismo autobiográfico, y una autoconsciencia introspectiva, que produce una reflexión sobre los propios estados mentales, comportamientos y sus consecuencias. Curiosamente, estas funciones pueden estar preservadas a pesar de la destrucción de zonas importantes del cerebro, incluyendo aquellas donde en los sujetos sanos se detecta actividad asociada a fenómenos de autoconsciencia (2).

La autoconsciencia no es infalible. Más aún, también existe una patología de la consciencia, que incluye entre otras: la desintegración fenomenológica de la esquizofrenia (a veces acompañada por alteraciones como la multiplicación del yo fenomenológico o de la experiencia de pertenencia); las ilusiones de identificación equivocada. Estas anomalías son aprovechadas por algunos autores para concluir que la perspectiva de la primera persona podría ser totalmente explicada por el funcionamiento de circuitos neuronales (3). Sin embargo, la persona puede incurrir en errores de la autoconsciencia pero no pierde la auto-certidumbre de pertenencia que acompaña a cada acto consciente.

Los hallazgos más recientes de las neurociencias muestran una complejidad cada vez mayor de la organización del cerebro y sus modificaciones en situaciones conscientes. En consonancia con dichos descubrimientos, asistimos a un desarrollo creciente en el análisis de los fenómenos cognitivos. Aunque esta exploración no ha dilucidado las cuestiones más arriba planteadas sobre la perspectiva de la primera persona, ha logrado por lo menos dos cosas muy importantes. Una es demostrar que la posibilidad de un reporte consciente, imprescindible para lograr una conceptualización (y el principal criterio para considerar que un cierto contenido (o información) es consciente, no depende solamente de la estimulación sensitiva (4). La otra es reconocer que el sujeto debe ser considerado en cualquier teoría que intente explicar la consciencia (5).

La evidencia disponible muestra que la mayor parte de las computaciones cerebrales puede ser realizada en forma no-consciente, y que la percepción consciente se caracteriza por la amplificación, transmisión global e integración de las señales cerebrales. Cualquier información puede hacerse consciente durante la vigilia normal, pero esta capacidad es continuamente modulada según el nivel de vigilancia, y eventualmente desaparece durante el sueño profundo. En forma simultánea con los contenidos conscientes, existe la posibilidad de reconocer en forma subliminal una diversidad de estímulos, como imágenes, palabras y caras, cantidades asociadas a un símbolo numérico, la relación entre dos palabras, o el valor emocional de un signo o palabra. Pero aunque muchas operaciones cognitivas pueden ser parcialmente disparadas en forma no-consciente, todo indica que no pueden ser completadas en ausencia de consciencia (6). Nótese que estos procesos suelen ser descriptos desde la perspectiva de la tercera persona, como cuando se dice, por ejemplo que la percepción consciente ocurre cuando se acumula evidencia sensorial suficiente para que el “cerebro pueda decidir” si ha visto algo y qué es (6). Pero queda claro que el cerebro no existe en un vacío, y por lo tanto es la persona la que ve algo y lo identifica. Asimismo, la conceptualización de lo que ha llegado a la consciencia será invisible para la perspectiva de la tercera persona. Curiosamente, no existen criterios objetivos precisos para decidir si una percepción es consciente o no, el único criterio cierto es el reporte motor o verbal de la persona (7). Más aún, tampoco existen métodos confiables para evaluar en forma objetiva el nivel de consciencia. Su evaluación clínica depende de la capacidad del paciente de interactuar con el ambiente para demostrar su experiencia subjetiva. Esto puede ser un serio problema en los pacientes que, después de anestesia o lesiones graves del cerebro pueden estar conscientes pero desconectados del medio externo (8).

La llamada teoría de la consciencia y la información integrada es posiblemente la primera teoría científica que no solo contempla la subjetividad, sino que también le otorga una categoría ontológica propia. Es decir, como una propiedad intrínseca y fundamental de la realidad. Los principales postulados de esta teoría son: (a) La experiencia consciente es un aspecto fundamental de la realidad y es idéntica a un tipo particular de información: la información integrada. (b) La consciencia depende de un sustrato físico, pero no puede ser reducida a ese sustrato. La experiencia de ver un azul aguamarina está inexorablemente ligada a mi cerebro, pero es diferente de mi cerebro. (c) Todo sistema que posee información integrada (en cantidad distinta de cero) experimenta algo. Un conjunto de elementos puede ser consciente solo si su estructura conceptual es irreducible a componentes no interdependientes. Cada experiencia es irreducible a componentes no interdependientes. La experiencia de la palabra “MARTE” escrita en el medio de una hoja en blanco, es irreducible a la experiencia de la palabra MAR en el borde derecho de media página, más la palabra TE en el borde izquierdo de otra media página. (d) La consciencia es una propiedad fundamental, independiente del observador, que puede ser explicada por ciertos mecanismos en un estado. Se la asemeja a la masa, pero a diferencia de la masa, que se refiere a partículas elementales, la experiencia es una propiedad de complejos de elementos, y no aparece en dos variedades, sino en un trillón de variedades (5) (9).

Podemos concluir, que aunque el materialista intenta analizar a la persona en los mismos términos aplicados al mundo material, la realidad nos muestra que un agente consciente es algo mucho más rico que lo puede ser descripto exclusivamente en términos materiales (o, para el caso, exclusivamente mentales) (10).

 

Bibliografía

  1. L. Rudder Baker, Naturalism and the First- Person Perspective (New York, 2013).
  2. C. L. Philippi et al., Preserved self-awareness following extensive bilateral brain damage to the insula, anterior cingulate, and medial prefrontal cortices. PLoS One. 7, e38413 (2012).
  3. T. Metzinger, Phenomenal transparency and cognitive self-reference. Phenomenol. Cogn. Sci. 2, 353–393 (2003).
  4. S. Dehaene, J. P. Changeux, L. Naccache, J. Sackur, C. Sergent, Conscious, preconscious, and subliminal processing: a testable taxonomy. Trends Cogn. Sci. 10, 204–211 (2006).
  5. G. Tononi, C. Koch, Consciousness: here, there and everywhere? Philos Trans R Soc L. B Biol Sci. 370 (2015).
  6. S. Dehaene, L. Charles, J. R. King, S. Marti, Toward a computational theory of conscious processing. Curr. Opin. Neurobiol. 25, 76–84 (2014).
  7. S. Dehaene, J. P. Changeux, Experimental and theoretical approaches to conscious processing. Neuron. 70, 200–227 (2011).
  8. A. G. Casali et al., Sci. Transl. Med., 198ra105 (2013).
  9. M. Oizumi, L. Albantakis, G. Tononi, From the Phenomenology to the Mechanisms of Consciousness: Integrated Information Theory 3.0. PLoS Comput. Biol. 10 (2014).
  10. D. M. Mackay, The Mind-Body Problem, Information Theory and Christian dogma. Reply to M. Bunge. Neuroscience. 4, 453–454 (1979).

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Ángela Suburo es doctora en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, especializada en neurociencias. Es Investigadora Principal del CONICET y Profesora de Medicina Celular y Molecular en la Universidad Austral. Es miembro de la Society for Neuroscience, de la International Society for Eye Research, de la Sociedad Argentina de Neuroquímica y de la Sociedad Argentina de Investigación Clínica, entre otras. Dirige un grupo de investigación dedicado al estudio de las enfermedades neurodegenerativas en la retina y en el cerebro.